Alejandro | Para leer on line~
Buenas tardes~
Tal como anuncié ayer, iré subiendo mis diversas seriadas y relatos para leer on line aquí en el blog y así condensar toda mi producción literaria en esta web♥
Hoy he querido empezar con Alejandro porque justo hace un año que lo publiqué. Confieso que es uno de mis preferidos y que le tengo un cariño muy especial. A mí me encanta la novela histórica y si encima le añado el (necesario) toque homoerótico... pues doble placer, nunca mejor dicho ;)
Portada ACTUALIZADA a 5 de junio de 2014♥
¿Y la sinopsis?
Alejandro reflexiona sobre su vida: gloria, familia, dioses,... y naturalmente, sobre el amor.
Pues a disfrutarlo si aún no lo leíste. Si no es tu caso, aprovecho para animarte a saborearlo de nuevo. Yo ya lo hice y puedo asegurarte que aún conserva su vitalidad y sensualidad, que es un magnífico relato para leer un día como hoy♥
Más abajo tienes la obra para leer aquí. Si por el contrario deseas descargarte la obra, ve AQUÍ.
Me gusta recordarte que me encantará leer tus comentarios o impresiones ;)
Saludos y feliz Noche de Reyes si lo celebras!!!
Yo ya tengo mi lista de deseos hecha desde verano :P
Eleanor Cielo~
Alejandro tiene 32 años. No sabemos si es consciente de todos los lugares que conoce, de las noches y días que ha pasado junto a sus hombres en busca del este. Debe de haber perdido la cuenta.
Alejandro sostiene la carta que le ha llegado desde tierras egipcias. Ha esperado mucho. Pero al final lo ha conseguido.
Ha pasado un año desde el día en que murió una parte de su ser. Vienen a su mente nombres, rostros, aromas, cualidades.
Recuerda a su padre y a su madre. Odiaba a Filipo, por obligarle a ser el hombre que detestaba; una imagen proyectada sobre la escisión de dos formas de concebir el destino. Compadecía a Olimpia, por haber tenido que renunciar a su hogar. Pero ahora, muertos ambos, añora aquellos años y su niñez e infancia y las imágenes que desde tan lejos se proyectan con luz propia, cegándole y consiguiendo ser desorientado.
En ese recorrido hacia atrás, confuso y repetido, contempla a Roxana, Kampaspe, Barsine, Bagoas, Parisatis; hasta que llega a la grandeza de su recuerdo. La estela del hombre que había sido su piel. Su yo mismo.
Alejandro, extasiado de nostalgia y melancolía, lo recuerda a su lado mientras son instruidos por Aristóteles “… porque las relaciones basadas taxativamente en el placer carnal son inmorales, tened presente que...” y la mirada del otro, cómplice y pura. Inmortal.
En Tebas, tras haber arrasado la ciudad por osar enfrentarse a su padre y a él, localiza en la pared de uno de los gimnasios numerosos grafitis lascivos y libertinos; mensajes que garabateaban muchachos a hombres, y éstos a esos impúberes y gráciles adolescentes. No es la primera vez que hace este descubrimiento junto a este tipo de lugares. Ya no reconoce los primeros que leyó hace años. Sin embargo, uno atrapa su atención y lo recita varias veces porque su naturaleza no es la de ruborizar a quien lo lee: “En ti me encuentro. En ti sueño. En ti quiero mudarme para siempre. Deseo que los dioses lo permitan”. Alejandro no descansa esa noche, no consigue reconciliarse con el sueño. ¿Acaso son los dioses conscientes de la gravedad de la espada? ¿Son los hombres los defensores de la divinidad, o es ella la que desdibuja el camino de la sangre?
En Troya, rememora, junto a los altares de sus héroes Aquiles y Patroclo, juran su relación delante de todo su ejército. Lo invoca sin inseguridades “… así como Patroclo fue el protegido y predilecto de Aquiles, tú eres el mío. Por eso, yo, Alejandro…”. Comprende, como su héroe, que la gloria brindada por los dioses es elevada y, en ningún caso, inocente.
Piensa que es inevitable vislumbrar a su honrado compañero desnudo frente a él, arropado por la luz natural que desprenden varias lámparas de aceite y que iluminan el interior de su tienda, mientras fuera los soldados duermen, vigilan o descansan en grupos frente a un fuego acogedor.
Hefestión lo mira, interesado en despertar la lujuria de su protector. Sabe con certeza que por fin ha llegado este codiciado momento. Por ambos. Pero no quiere precipitarse. Desea que su Aquiles profane su cuerpo de una forma de la que ninguno de los cuatro pueda jamás desdibujar en sus memorias. Sonríe. Sereno. Ingrávido. Inmortal.
Se acerca a Alejandro quien yace recostado en el suelo, entre pieles, sin la coraza sobre su torso; sólo cubierto con una delgada túnica que permite predecir su anatomía perfecta, dádiva de los dioses. Hefestión se arrodilla y comienza a besar los hombros de su compañero. Cubre de suaves caricias las numerosas cicatrices que Alejandro ha ganado en cada batalla, en cada victoria. Junto a él. Éste lo observa, sumido en una mezcla de alivio, deseo y ternura.
Ser un poco mayor que su protector le da confianza suficiente para mirarlo a los ojos en este preciso momento, mientras aprieta la carne de sus hombros también desnudos. Lo tiene frente a sí, tan cerca que su calor lo penetra. Sus sentidos sucumben y el mundo simula desaparecer.
Hefestión invade la boca de Alejandro con languidez, retorciendo su lengua contra la otra, violando una y otra vez aquellos carnosos labios ardientes y húmedos. No son desconocidos, y por eso sabe interpretar sus impulsos, sus cualidades.
Alejandro acaricia el abdomen de su protegido, describiendo una línea recta vertical hacia su sexo. Erecto. Pulsante. Acto seguido se desnuda y abraza con fuerza a su Patroclo, quien se reclina sobre él, sobre su torso, sobre su sexo. Se frotan pacífica y armoniosamente.
Muerde sus hombros, sus labios, su cuello, su lengua. Oprime sus nalgas contra sí mismo, y Hefestión lanza un gemido que le hace perder la cordura. Alejandro alza sus piernas y encierra entre ellas el cuerpo de su compañero. El roce de sus sexos se vuelve más delirante, salvaje. “…Oh, Hesfetión…”
Una espesa marea blanca se derrama entre los cuerpos condensados. Sus vientres han sido regados con el néctar masculino.
El mayor esta vez se acomoda sobre las pieles y Alejandro le susurra junto a su oído algo que no podemos oír. Hesfestión parece ruborizarse un poco.
Poco a poco comienza a formar parte del cuerpo esbelto, exquisito e inigualable de su protegido. Respira agitado, excitado, mientras se abandona al placer de ser penetrado por su Aquiles. Éste acaricia el abdomen y el sexo del otro, que sigue derramando aquel líquido sin color mientras siente la presión del cuerpo del otro.
Alejandro se contonea despacio, intentando no herir a su compañero. Así que comienza con serenidad, ofreciendo un espacio a su Patroclo. Éste lo atrae para sí y empieza a moverse más deprisa, más deprisa. Más deprisa. Escapan de sus bocas besos, gemidos, sollozos, suspiros, quejidos; inmediatos y asistidos por el más delicioso de los placeres.
El largo abrazo del mayor, quien hunde sus dedos en la espalda de Alejandro, le señala la dirección de la dicha, del goce. Un beso cariñoso sella ese preciso momento. La sonrisa de Hefestión. Inmortal.
Alejandro lee una vez más la carta que ha recibido hoy. Su amado compañero, el que fuera carne de su carne, sangre de su sangre, alma de su alma; ha trascendido a la divinidad. Eterno.
Es emocionante, el saber que hay alguien a quien se le ocurrio mezclar dos de mis pasiones... la Antigua Grecia y el BL! Simplemente exquisito, me encanto de sobremanera tu forma de escribir. Tu estilo es muy lindo y sobre todo preciso para este tipo de historias~
ResponderEliminarMuchas gracias por tu mensaje♥♥♥!
EliminarNo dejes de leer otras historias que encontrarás en el blog, especialmente 'La lengua de Eros' que también transcurre en la Antigua Grecia.
Saludines y hasta pronto ;)
Bonito y triste a la vez....cómo Alejandro recuerda a Hefestión....me encantó cómo vas desgranando sus sentimientos, sus deseos, pero sobre todo al final su tristeza al saber que la persona que amaba ya no está con él... gracias por compartir con nosotros.
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