Lázaro | Volumen II :: Para leer on line~

Regresamos a las entregas de los diversos volúmenes que conforman la seriada Lázaro. Esta vez os dejo con las cartas tercera y cuarta, deliciosas para el alma. Espero vuestros comentarios!



La sinopsis~


El imborrable recuerdo del sabor del amor que habita en el pasado a través de una serie de cartas.

Para leer sin que nadie os interrumpa: buscad un lugar tranquilo y ya veréis ;)

Más abajo está la historia para leer, pero si lo que queréis es descargar el segundo volumen id AQUÍ.


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Otro día, más  ♫♪♪♥♥♥♥♫♪♪

Eleanor Cielo~
Novelas adultas para corazones adultos








de esta obra registrada.

::NO COPIES. SE ORIGINAL::
 



Carta tercera~

Quizás… ¿Te acuerdas de aquella vez en la que nos agarramos tímidamente la mano? Fue la primera vez que sentía el calorcillo de tu piel fundirse con el mío. Aún no te conocía muy bien, pero en el fondo intuía que había algo en ti que me era familiar, que tu presencia no me era ajena ni desconocida.


A mí me daba mucha vergüenza por lo que pudieras pensar de mí, muy al margen de toda inseguridad que quieras señalar; pero cuando me crucé con tus ojos, fue instantáneo: los dos avanzamos hacia la misma dirección y tus dedos se enredaron con los míos, tu fuego me invadió y permití que conocieras el que me mantiene vivo. Después, tu sonrisa me supo a miel que vertiste sobre mi garganta, comenzando por mis labios y continuando por mi hambrienta boca.


Yo estaba muy nervioso y comenzó a arderme la cara. Mis mejillas se tornaron rosadas y tú te echaste a reír. Yo no sabía hacia dónde mirar y pensé que eras un bufón por burlarte de mí en un momento como ése. Pero pronto desvaneciste ese fugaz pensamiento: me la agarraste con más fuerza, comenzaste a acariciar la palma de mi mano con las yemas de tus dedos. Fue entonces que te oculté mi rostro y tú comenzaste a declarar lo que el futuro querías que fuese para los dos.


Mientras expresabas en voz alta tus anhelos, yo te contemplaba para disimular mi sonrisa y mi inquietud pueril como quien tiene la certeza de haber encontrado el tesoro más maravilloso cuando, en nuestra infancia, buscamos entre nuestras fantasías lo que sabemos no hallaremos en el mundo de los seres adultos.


Te gustaba que me sintiera así, ¿verdad?


Cuando vuelvo a recordar esos momentos también soy consciente de la vez que te extraviaste y no encontrabas el camino a casa. Fue muy angustioso, lo sé. Sobre todo para ti. Pero afortunadamente apareciste, aunque lejos de casa, y una pastora de las colinas te ayudó. La mujer estaba muy sorprendida cuando llegó. Yo no supe qué decirle porque tampoco quería que sospechase nada, así que actué de la forma de la que fuiste testigo.


La lluvia apareció a la mañana siguiente. Para mí fue un alivio tener la certeza de que ya estabas conmigo, de nuevo. No sé qué hubiera ocurrido ni qué habría hecho en caso contrario. Me puse a temblar sólo de pensarlo.


Tú dormías, pacíficamente. Pero adiviné que aquella noche te visitaron algunas pesadillas porque pude sentir tu tensión a través de la fuerza con la que agarraste mi mano, una vez que la encontraste bajo las sábanas. Te agitabas asustado e inquieto, anhelabas un poco de sosiego para tu alma. Sin embargo, después de haberte acurrucado entre mis brazos, colmado de besos e inocentes caricias; pudiste volver a volar en tus sueños.


¿Tanto miedo tuviste? ¿Tantas sombras quisieron devorarte?



Carta cuarta~

Yo entré llorando en casa y tú, sin mediar palabra, me abrazaste. Afuera llovía tan fuerte que el cielo parecía haberse apiadado de mí. Ni siquiera preguntaste qué había sucedido. Me tomaste de la mano, y aún recuerdo cómo lentamente te deshiciste de mis húmedas ropas, mientras llenabas de espuma suave y agua cristalina la pulcra bañera. Ella, que tanto supo de la íntima fusión de nuestra carne y el abrazo de nuestras almas hambrientas.

Ungiste mi piel mientras el susurro del agua llenaba los huecos de nuestro silencio. Viajaste por cada centímetro de mi epidermis; proseguiste para memorizar cada rincón y cada lunar, cada recoveco y cada pliegue. La humedad dejaba paso a tus besos, al sabor de tu boca, al calor de tu lengua contra la mía. Pero de nuevo volvías al principio y con maestría amatoria seguías el surco de los riachuelos deslizarse por mi cuerpo.

La esponja conseguía acariciarme la espalda y tú eras su aliado, cómplice de ella. La espuma jugaba a crear formas irreconocibles y tú, semejante a un artista del Barroco, las retorcías con tus dedos para lograr que esta vez mis lágrimas estuvieran justificadas.

Purificado con el don de tu amor, me apartaste de la bañera y con mimo deslizaste la toalla sobre mí. Puedo recordar paso a paso las sensaciones en las que me vi envuelto cuando comenzaste a cubrirme, a vestirme. Hay pocas experiencias que pueda equiparar... tuviste que darte cuenta también de ello.

Seguí mi mano agarrada a ti y me sentaste sobre la cama. A continuación, te situaste a mi lado y me rozaste con la lengua tras la oreja. ¡Condenado Lázaro! Volviste a tenerme en tu mano para que hicieras conmigo lo que desearas. Nos tendimos y me abrazaste. Me diste un beso que me supo delicioso, otro que me dio hambre de ti y el último de esa tarde, con sabor a paz. Me acariciaste las mejillas hasta que quedé dormido.

Nunca recordé porqué, ese día, llegué llorando a casa…




Comentarios

  1. Awww!!! que hermoso, es una delicia poder leer esta historia, me deja con ganas de saber más!!!, que sentimientos, me encanta, gracias por compartirlo con todos nosotros.

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